Cuando era pequeña, mi mamá tenía varias preparaciones “de batalla”. La definición de algo de batalla era básicamente una preparación con la que prácticamente podrías ir de cocinero a la guerra, y a todo el mundo le iba a gustar. Incluyendo a los mañosos de la casa (no era mi caso por cierto, a mi me tenían que quitar la comida). Una preparación de batalla también tenía que ser fácil de preparar, pues obviamente nadie en su sano juicio estaría en un campo de batalla haciendo profiteroles rellenos con crema pastelera.
Dentro de los platos de batalla que se veían en mi casa normalmente estaban los fideos con salsa a la diabla (una salsa que tenia cebolla picada salteada, tomates picados salteados, ajo, aceite, sal y pimienta), los fideos con huevo (se hacía una salsa con leche, huevos batidos, sal y pimienta y se echaba a los fideos cocidos) y finalmente, estaban los fideos marcianos. Recuerdo que eran mis favoritos. De niña tenía una inclinación por la comida verde, no sé porqué.
Me encantaban los fideos verdes, o marcianos como les llamaba mi mamá. En mi mente de niño encontraba fascinante eso de darle colores a las comidas, y tengo imágenes vívidas de mi misma, a los 10 años, interrogando a mi Tita (mi abuela) en la cocina:
Yo: Tita, como se hace el puré verde?
Tita: con espinaca
Yo: y el puré rojo?
Tita: con Betarraga
Yo: Y naranjo?
Tita: con zanahoria
Y así, pasando por todos los colores de la carta cromática. Que paciencia la de mi Tita. No recuerdo que dijo cuando le pregunté por el puré azul, pero seguro que algo se le ocurrió.
Bueno, esta es una receta muy rápida y “sacadora de apuros” como diría mi madre. Si no se le ocurre nada que hacer con el tremendo atado de acelga que tiene en su refrigerador, anímese a hacer estos fideos. Yo los recomiendo como acompañamiento de algo más potente, y jugoso, para equilibrar lo cremoso de los fideos.
Vamos con la receta
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